¿PARA QUÉ SE NOS EDUCA?

¿PARA QUÉ SE NOS EDUCA?
Habíamos anunciado que el próximo tema, de nuestras reflexiones llanas, estaría destinado al análisis del fenómeno de la socialización humana. Y, es con relación a tal fenómeno que hemos decidido reflexionar sobre el sistema educativo.
La educación, explícita e implícita, unida a la cultura dominante en una sociedad, constituyen uno los factores más influyentes en el proceso de la formación de la personalidad.
Definimos la personalidad como el sistema, estructura, o conjunto organizado y relativamente estable, de elementos intrapsíquicos como: modalidades perceptivas y cognoscitivas, disposiciones de la necesidad, apegos afectivos, pulsiones motivacionales, actitudes, que se desarrollan en el ser humano a través de la interacción entre su dotación biológica, las particulares experiencias biográficas, los sistemas sociales en que está inserto, la cultura a la que está expuesto y la educación que se le ha impartido.
¿Qué es la educación?
La fundamentación de la posibilidad educativa, es decir de la factible modificación de las capacidades, habilidades, aptitudes y conductas del hombre (mujer o varón), parten del principio de que todo ser humano es un ser posible y, por lo tanto, no enteramente condicionado desde su nacimiento, ni a causa de su herencia genética, ni como consecuencia del medio geográfico y/o del medio económico- socio-cultural en que él es introducido a este mundo terrenal.
La educación constituye un tipo de relacionamiento interpersonal (educador-educando) que acontece dentro de un marco social determinado y, su objetivo real y concreto, implica, teóricamente, la modificación del ser humano en cuanto al mejoramiento y perfeccionamiento de sus habilidades y aptitudes intelectuales y físicas y, en cuanto a la realización máxima de sus posibilidades, como ser humano.
Ahora bien, cada sociedad tiene basada el conjunto de su estructura vital, dentro de un determinado modelo productivo, económico, social y cultural dominante, aunque, en algunas sociedades, en ciertos períodos de su pasado, hayan coexistido dos o más modelos de producción. Esto último ha ocurrido en tiempos de transición, fenómeno que se produce cuando el modelo dominante, entrado en la etapa de su agotamiento, aún perdura e influye mientras, simultáneamente, se va produciendo, con naturalidad económica, el surgimiento del modelo que sustituirá al anterior, al menos como dominante, en un período de tiempo, más o menos largo.
Cada sociedad, entonces, entraña en cada etapa de su desarrollo, no sólo una forma de vida particular determinada por su modelo productivo-económico dominante, sino también, y como consecuencia lógica de ello, una peculiar manera de interpretar al hombre, de cómo lo ve y lo siente, de qué importancia le asigna a la dignidad de la persona humana, de cómo insertarlo en la sociedad y, es como derivación directa de la valoración efectuada sobre el ser humano y su utilidad para las necesidades del sistema social imperante que, las élites que gobiernan el sistema educativo institucional, deciden las políticas, teóricamente más convenientes, para lograr unos determinados perfeccionamientos específicos.
Ello significa que, según se definan los diferentes tipos de sociedades, nos encontramos con un modelo de educación distinto. Incluso durante el período de tiempo en que predomina determinado sistema productivo-económico, en la medida en que él evoluciona, también esa evolución acarrea obligadas modificaciones sobre el tipo y los contenidos de la enseñanza a impartir al ser humano de esa época.
Un sistema educativo posee diversos componentes: la ideología que lo orienta; los fines pedagógicos que propone; la organización en el plano nacional y local; los contenidos culturales específicos que trasmite a los educandos; la formación de los educadores; el funcionamiento interno de los diversos institutos dedicados a la enseñanza (públicos y privados, genéricos o especializados); y, los principales sistemas, subsistemas y procesos sociales de aquella sociedad de la cual el sistema educativo forma parte.
Todo sistema educativo está estrechamente relacionado, en cada sociedad, con la gestión a cargo del estado, el tipo y nivel del crecimiento económico, el perfil de la estratificación social, y la dinámica emanada del conflicto entre clases, élites y grupos de interés, así como con la estructura del sistema formal de educación y sus similares.
La educación formal, entonces, es un relacionamiento que se presenta como una acción institucional, totalmente planeada y sistematizada que, muchas veces, parece no reconocer la repercusión educativa de acciones exógenas al sistema, es decir, de la educación implícita e incluso explícita que se recibe como consecuencia del relacionamiento familiar y social, a través de las ideas, conocimientos y actitudes de aquellos con quienes estamos en una relación más cotidiana e íntima.
La educación no institucional, específicamente, la que se recibe en los tres primeros años de vida, ejerce una fuerte influencia para la conformación de la personalidad de cada ser humano, puesto que ella ((conjunto organizado y relativamente estable de elementos intrapsíquicos, es decir, las modalidades perceptivas y cognoscitivas, las disposiciones de las necesidades, los apegos afectivos, las pulsaciones motivacionales y las actitudes de cada ser humano, mujer o varón, se desarrollan en los primeros años de vida, a través de la interacción entre la dotación biológica de cada persona, las particulares experiencias biográficas, los sistemas socio-económicos en que está inserta y la cultura a la que está expuesta. Dicha personalidad adquirida, conforma una estructura que predispone a cada persona a accionar y reaccionar de ciertos modos, según sea la situación a que se enfrenta, sin que ello implique un modo definitivamente recurrente de comportamiento.
Así es cómo, el ser humano, durante todo el transcurrir de su vida, se va educando, y, es a través de esa educación recibida a través de múltiples canales de comunicación, formales unos e informales otros, se va incorporando casi naturalmente a la cultura dominante en el medio social en el que vive. Así es como, inconscientemente, va incorporando lenguaje, costumbres, hábitos, ideas, prejuicios, mitos, conocimientos, valores éticos y morales, normas de relacionamiento social.
Por lo tanto, la educación es, un proceso de adaptación de las individualidades personales, a través del cual se tiende a eliminar o, al menos a amortiguar, aquellos comportamientos individuales, surgidos como consecuencia del libre ejercicio del pensamiento y de la diversidad cultural heredada o construida en la generación de la que se es contemporáneo las, que d, de otra forma, entrarían a confrontar con la cultura masificada que intenta imponer la dictadura civil del peso de la opinión pública y la influencia de los multimedios publicitarios.
En los hechos, en toda sociedad, la educación es un dinámico proceso de relacionamiento entre dos personas: una capaz de influir y otra, apta de ser influida.
Su objetivo real, en la práctica, para la inmensa mayoría de los ingenieros del sistema educativo, no es el potenciar el desarrollo integral de las potenciales capacidades intelectuales y las habilidades físicas de cada uno de los educandos, sino que él sólo es el convertirlos en sumisos elementos aptos para satisfacer las necesidades específicas del mercado laboral del modelo productivo-económico dominante, de forma tal que su yo personal acepte, pasiva y mecánicamente – como si ello fuera algo muy natural y totalmente saludable, el ser insertado así, involuntariamente, en el sistema social establecido, quedando de tal forma convertido en un ser afín al sistema dominante, socializado por vía de los hechos,Por otra parte, la educación, en su sentido más amplio, resulta un permanente e inacabado proceso que se va desarrollando a todo lo largo de nuestra humana vida, en la que, unas veces resultamos educandos, otras, educadores, y en ocasiones, ambas cosas a la vez, seamos conscientes o no del papel preciso que estamos cumpliendo en cada momento de nuestra existencia.
La elitocracia global le exige a las distintas sociedades, políticas educativas acordes con las necesidades estratégicas del modelo de producción dominante y la cultura afín a él, y, esto se concreta a través de las decisiones que adoptan las oligarquías político-partidarias, que son quienes realmente deciden en cada Estado, en qué sentido la educación debe transformarse y en qué dirección la ciencia debe avanzar y los cambios tecnológicos deben acelerarse.
No se nos educa para ser libres, para disfrutar de una libertad responsable.
Se nos educa para conservar, lo que la sociedad, en cada momento, pretende que debe permanecer inmutable, y, para modificar, todas aquellas ideas, valores, normas y comportamientos que aprendimos de nuestros mayores, pero que la nueva elitocracia pretende que abandonemos, para que los sustituyamos por los que ella ahora necesita que abracemos y practiquemos
No se nos instruye, educa y entrena en ideas y conductas democráticas, sino que, se nos prepara para aceptar modos de pensar y de actuar que sólo resultan afines a sociedades no democráticas.
La tarea de un auténtico educador no consiste tanto en transmitir conocimientos, ideas, conceptos, normas de comportamiento, hábitos y costumbres, sino en enseñar y entrenar al educando en la forma más correcta de recibir, analizar, razonar y adoptar decisiones racionales en torno a todos aquellos elementos cognitivos que le son proporcionados.
La tarea primordial de un educador no es otra que la de enseñar a cada alumno, el cómo lograr pensar con su propia cabeza, y no con la de quien le instruye y educa.
De nada sirven todos los conocimientos si uno permanece ignorante de cómo utilizarlos en su vida privada, en sus tareas laborales, en sus actividades ciudadanas.
Porque, ¿Qué es un hombre sabiamente educado?
Sintéticamente, un hombre sabiamente educado, no es precisamente aquel exclusivamente adiestrado para desempeñar media docena de tareas laborales, sino, aquél ser que se halla en condiciones de razonar, libre, racional, conciente e inteligentemente ante todas las circunstancias a que lo enfrenta su vida personal en el medio social en que existe, de manera tal que, de su pensamiento y acción, surjan resultados que armónicamente promuevan el beneficio personal y el colectivo
Ahora bien, ¿Quién gobierna la educación? ¿Quién decide los fines y los medios de educar?
Los fines asignados a la educación institucional o formal enfocada al conjunto de la sociedad y que, en general, comprende a los dos escalones básicos previos al nivel universitario, es decir, primaria (incluido el ciclo preescolar), secundaria y terciaria, son siempre totalmente impuestos, sea por una clase o una élite dominante o sea por obra del resultado del consenso resultante de las relaciones de fuerza existentes en un momento dado de la sociedad, entre dos o más clases o élites.
La mayor libertad de cátedra que pueda existir en las facultades, o la mayor libertad de discusión que los profesores puedan habilitar en sus aulas para los alumnos, no obsta al hecho de que los programas estén libres de las influencias de la ideología y de la ética dominante en cada sociedad.
Siempre, los fines de la educación institucional – cualquiera ellos sean – reflejan una intención y un sistema de cierta forma de dominio.
Ningún sistema educativo puede subsistir por un lapso de tiempo prolongado, sin fines y metas educativas claramente definidas.
Toda vez que en el tiempo, se prolonga una estabilización de las relaciones de fuerza establecidas en un momento dado de una sociedad determinada, entre sus clases sociales, burocracias estatales, corporaciones de educadores, sindicatos estudiantiles, agrupaciones de padres, asociaciones empresariales y partidos políticos, todo sistema educativo, indefectiblemente, entra en un proceso de degradación creciente. Ello es lo que nos ha estado ocurriendo desde hace más de cincuenta años.
Nos resulta paradójico observar como, quienes más hablan de la necesidad de abrirnos la cabeza para comprender e involucrarnos en los fenómenos modernos y postmodernos, son, a veces, quienes más aferrados están a que los cambios sociales y culturales continúen transitando únicamente por el camino de la sustitución de los continentes, al sólo efecto de que la esencia de los contenidos se mantenga inalterada y, que, en caso de modificarse parte del contenido, ello asegure el mantenimiento del dominio a que son sometidas las clases sociales no privilegiadas.
Aunque a lo largo de nuestra existencia niños y jóvenes pueden proporcionarnos alentadoras enseñanzas, la educación, indudablemente no solamente estará siempre pensada por personas mayores sino que, lo más grave de todo, siempre estará instrumentada para servir a las necesidades de los intereses de los sectores dominantes.
La educación formal de la sociedad nunca ha tendido, ni tiende a liberar a las personas de las ataduras de la ignorancia de aquellos conocimientos que les son más indispensables para disponer de una vida en dignidad humana y libertad real.
Si el ambiente social en que el niño vivió sus primeros cinco años no fue un espacio donde imperaran los mejores valores morales y la vida familiar estuvo signada por algún tipo de violencia cotidiana, difícilmente la educación formal, con las carencias afectivas que en ella generalmente impera, logre hacer de ese ser humano, un sujeto abierto al libre pensamiento y al sano obrar.
Generalmente, cuando se tratan las dificultades del aprendizaje, se atiende con seriedad, a la problemática que cada niño, al ingresar al preescolar, ya ha incubado en su psiquis, en su intelecto e incluso en su físico, en el espacio donde transcurrieron los primerísimos años de su existir.
Porque, el fracaso de la educación, su ineficiencia, su inadecuación, no es consecuencia principal de que esté pensada, elaborada y ejecutada por personas de edad mayor a la de los educandos, sino porque Ella no está pensada, enfocada y laborada para que el niño, el adolescente y el joven de hoy puedan ser mañana sujetos de su destino.
Pensamos que, el fin de la educación, no debería ser otro que el de potenciar todas nuestras aptitudes, tanto físicas como mentales, para dotarnos de un poder mayor, en todo sentido: poder de sentir, de querer, de observar, de analizar, de objetivar, de razonar, de lucubrar, de juzgar, de prever, de obrar; poder de proponernos los mejores fines, las metas más adecuadas y el efectivo poder de concretarlas; poder de amarnos a nosotros mismos y a nuestro prójimo; poder de gobernarnos a nosotros mismos y de cogobernar nuestra sociedad; poder de saber ubicar la felicidad, de alcanzarla y de conservarla; poder, en fin, de ser todos, mañana, personas humanas viviendo con dignidad, en armonía con los demás y con el resto del universo natural.
En realidad, la educación, teórica herramienta de libertad, ha sido convertida a través de su institucionalidad, en un claro elemento de dominación.
Por eso es que los mejores centros educativos, incluso los oficiales, tanto por su edificación, por su cuerpo docente y por el más adecuado equipamiento didáctico, son aquellos ubicados en las capitales y principales ciudades de cada país, o en los barrios donde viven los sectores sociales más pudientes, cuando, al menos en aquellas instituciones que obran bajo la órbita estatal, éstos centros deberían estar en lugares bien próximos a los espacios donde habitan los sectores socialmente más desprotegidos.
Se nos educa, para que creamos que es cierto todo aquello que al sistema productivo-económico dominante le interesa que creamos que lo es; para que pensemos de acuerdo a como le interesa a la clase o clases dominantes que pensemos; para que nos comportemos como a la élite o las élites dominantes les conviene que nos comportemos; para que nos limitemos a aceptar desempeñar en la sociedad el papel de objeto mercancía y de elemento consumidor; y, para que nunca estemos capacitados para asociarnos libremente con el objetivo de poder convertirnos a cada uno de nosotros en sujetos de nuestro destino personal y en socios constructores de una comunidad de seres humanos, hermanados por un mismo ideal de dignidad humana, de libertad, trabajo, justicia, igualdad, armonía y solidaridad activa, que nos una en la tarea común de construir una sociedad que, realmente ampare, concreta y eficazmente, a cada uno de los integrantes de la humanidad, en el pleno goce de sus naturales derechos y libertades.
Esta realidad, es lo primero que nos corresponde asumir, lo primero que los padres deben encarar, lo primero que los estudiantes deberían cuestionar y lo primero que los educadores debieran saber.
Sería lo primero y más esencial que deberían exigir que se modificase, aquellos que piensan convertirse en educadores por gusto a tal tarea y por amor hacia los educandos.
Las ineficiencias que presenta la educación en nuestro país, no radican tanto en la metodología utilizada para la enseñanza sino en la mala formación de sus docentes, comenzando por la formación que actualmente detentan los formadores de educadores para la enseñanza primaria, secundaria y terciaria, lo que determina a su vez que tanto maestros como profesores carezcan de los conocimientos teóricos imprescindibles que deben transmitir a sus alumnos, aparte de no poseer, muchas veces, de las herramientas más idóneas para el desempeño de sus tareas.
El descaecimiento del nivel de formación de los profesores y de los maestros comenzó a darse, por lo menos, sino antes, desde la década del sesenta. Maestros y profesores egresados en las décadas del ochenta y del noventa ya presentaban notorios baches en su patrimonio de conocimientos básicos, en el dominio del idioma, de la historia (comenzando por la historia nacional), de la filosofía, de la psicología, de la antropología, de la sociología, de la ética y de la didáctica. Mal se puede pretender que quienes ingresan a
Transformar la enseñanza, para lograr un salto cualitativo y cuantitativo, requiera a más de la inversión adecuada, comenzar por mejorar ostensiblemente, el nivel de conocimientos y la capacidad pedagógica de los formadores de docentes, para que, racionalmente, los docentes no sólo de secundaria y terciaria, sino, iniciar ese mejoramiento por los de primaria (incluidos los del preescolar) a fin de que estén profesionalmente capacitados para hacer que quienes egresan del primer ciclo, estén realmente aptos para iniciar y completar el nivel secundario, y que quienes ingresan a la secundaria lo estén para realizarlo exitosamente, egresando con reales posibilidades de poder iniciar y completar sin demasiadas dificultades los estudios universitarios.
Pero, mientras los formadores de educadores sean sujetos meramente motivados por la obtención de un empleo que solvente sus necesidades pecuniarias, avenidos por lo tanto a aceptar planes, metas, objetivos y métodos de impartir una educación, que no nos sirve ni para satisfacer las necesidades intelectuales y habilidades requeridas para vivir honesta y dignamente de nuestro trabajo, ni para el desempeño de una ciudadanía responsable y eficiente, ni nos capacita para reclamar adecuadamente y ejercer con eficacia todos aquellos derechos que arbitrariamente se nos retacean o anulan, no habrá en nuestro sistema educativo, ningún cambio significativo que, es lo que, en definitiva, desean las elitocracias que gobiernan el planeta Tierra.
Hermanos cibernautas, supongamos que sea cierta nuestra idea de que estamos gobernados por una elitocracia, en tal caso ¿creen ustedes que quienes detentan el poder general que trata de dominar nuestras vidas a través de entidades políticas gobernadas por oligarquías partidarias, tienen algún real interés en que la totalidad de los integrantes de nuestra sociedad reciban una educación que posibilite originar una generación capacitada para reclamar que todos los ciudadanos de nuestro país tengan el efectivo goce de todos los derechos que proclama nuestra Carta Magna? ¿Les parece que cometerán el suicidio político de educar millones de ciudadanos ilustrados y honestos, capaces de privarles de esos privilegios que arbitrariamente se han adjudicado a través de la astucia, el engaño y/o el uso de la violencia armada?
Nosotros estamos convencidos de que no lo harán así, porque, al menos personalmente, nunca hemos encontrado en el estudio de la historia de
Cierto es que éstas, están sí expuestas a la posibilidad de cometer errores tales que den lugar a que otra, u otras clases sociales circunstancialmente unidas, las puedan desalojar de la posición de máximo poder en que se encuentran, pero no existen ejemplos comprobados de suicidio social.
En cambio, lo que no es cierto, es que sea realmente sincera esa intención que a veces manifiestan, en el sentido de que ellos, también aspiran a una realidad tal que habilite la efectiva posibilidad de que todos lleguemos a poseer el mismo nivel de desarrollo intelectual, de habilidad manual y de la misma cantidad y calidad de conocimientos que ellos monopolizan, bagaje inmaterial imprescindible no sólo para acceder a las aptitudes necesarias para desempeñar cualquier actividad, sino también para que los individuos integrantes de las clases sociales dominadas puedan disponer de la capacidad de organizarse con vista a liberarse del dominio económico, social, político y cultural al que ellos mismos, por su expresa voluntad, tienen sometida a la mayoría de la gente común, cosa que jamás admitirán.
El conocimiento, la educación, la cultura han dejado de ser herramientas liberadoras para transformarse en eficientes instrumentos de dominación.
La verdad es que rodos sabemos demasiado sobre la realidad en que vivimos (unos sabrán más, otros sabemos menos) y, lo peor de todo, es lo mucho que nos cuesta el admitir las ignorancias que poseemos. El ser humano parece haber desarrollada una tendencia perniciosa a vivir en la ignorancia de determinadas realidades, o de profundizar en el conocimiento de ellas, porque tal conocimiento, en definitiva nos enfrenta al desafío de vencer comodidades y perezas, contentándonos con descargar en otros, la responsabilidad de todo lo negativo que existe.
Inocencio de los llanos no tiene reparos en reconocer, las limitaciones que le impone la enorme ignorancia que aún posee y su insuficiente capacidad intelectual, puesto que, cada vez que en la práctica, nos parece haber aprendido algo, irremediablemente, descubrimos que poseíamos una ignorancia mayor de la que ya antes nos habíamos percatado, dándonos cuenta de la existencia de una enorme cantidad de nuevas cosas, de las que, no sabemos ni porqué ni para qué existen, los elementos que las constituyen, las formas de su funcionamiento y las leyes que las rigen
Conscientes de nuestras limitaciones personales es que hemos manifestado nuestro personal interés de, entre todos, poder acceder a la verdad.
Creemos que la sociedad humana no está integrada por seres sociales o asociales, sino por seres socializables, los que, gracias, entre otras cosas, al constante proceso educativo al que está sometido todo ser humano que vive en sociedad, el hombre, mujer y varón, ha terminado convertido, por la fuerza de los hechos, en un ser socializado por una sociedad que sólo es libre desde un punto de vista absolutamente teórico.
Estamos muy lejos de constituir una sociedad de seres realmente libres.
Sólo en una sociedad enferma por la patología del dominio, los socios se enfrentan entre sí, en lugar de buscar establecer, progresivamente, una unidad más firmemente cohesionada, más armónica, más equilibrada, más racionalmente justa, tanto a la hora de exigir las contribuciones necesarias, como al momento de distribuir los beneficios resultantes de la actividad laboral de sus integrantes.
Ahora bien, hay una pregunta, a la que nos interesa buscar la más adecuada respuesta.
¿A qué se debe el que las sociedades humanas presenten esa característica, que a nosotros se nos parece totalmente irracional, y es el fenómeno social acaecido - tarde o temprano en todas ellas – de que siempre alguna persona o grupo minoritario de sujetos, para lograr satisfacer las necesidades de su ego, se empeñan en establecer sobre los demás, algún tipo de dominio, a través del cual logran, de alguna manera, apropiarse de bienes colectivos o ajenos y, de esta manera logran vivir a expensas del trabajo ajeno?
La educación, por sí sola, parece no bastar para contener los instintos primarios, entre ellos el afán se sobresalir, de establecer supremacía; lamentablemente, en el alma humana, en su psiquis, anida un desmedido afán, una ambición de poder, que siempre termina desencadenando el establecimiento de situaciones en las que, unos pocos hombres ejercen el dominio sobre la mayoría de sus congéneres. La cultura dominante también juega un papel muy importante en el desarrollo de la personalidad de cada ser humano.
Y, es para mantener una situación de dominio ya existente el que, en lugar de educarnos para vivir en democracia, se nos educa para consentir la existencia de sociedades donde, siempre, alguna minoría de sus integrantes, dispone de una desigual libertad, arbitraria y excepcional (por lo que, toda su legalidad no sólo viola elementales valores éticos, sino que está viciada de toda legitimidad democrática), y ella es la que les da la oportunidad, la facilidad, y la capacidad de organización requeridos, para poder erigirse en amos del resto de los seres humanos, que se ven reducidos así, a la triste e indigna condición, de esclavos y/o de siervos.
Se nos educa, para domesticar nuestra natural rebeldía, para ahogar nuestra capacidad de pensamiento libre y para convertidos en seres conformistas con una sociedad no democrática, que nos cierra todo camino que conduzca a nuestra oportunidad, facilidad y capacidad de organizarnos para constituirnos todos, en seres conformadores de la sociedad en que nos ha tocado desarrollar nuestra existencia.
Es que, no se nos instruye, educa, y entrena, en el debido respeto y amor al prójimo.
Y ello, resulta totalmente coherente, con aquellos valores de: supremacía de lo individual por sobre lo colectivo; del lucro personal por sobre la solidaridad social; del valor de la obtenido a través de una ventaja personal que implica un sacrificio ajeno a lo conseguido por medio del esfuerzo propio,; del valor de la ganancia del capital por sobre el valor del trabajo humano; de la permisibilidad de la injusticia por sobre la defensa de la justicia, de la sobrevaloración de la deshonestidad y la desvalorización de la rectitud; de la deidificación del guerrero por un lado y la disminución del valor que entraña el ser pacífico.
Esta es la verdad sobre el papel que está cumpliendo la educación formal o institucional, en nuestra sociedad. O, al menos, es la verdad que nosotros percibimos.
Y, la realidad socio-económica, su cultura dominante y esta educación a su servicio son las principales causas de: el permanente estado de guerra en que vive una parte importante de nuestra humanidad, la fragmentación social, el permanente incremento de la banalidad y, el crecimiento incesante del delito y el agravamiento de de la maldad de la criminalidad.
En realidad, la verdad se nos suele presentar mucho más esquiva y fugaz que esa felicidad tras la que, permanentemente solemos correr sin sentido, desperdiciando los mejores momentos de nuestro existir, gastando nuestra efímera vida, atrás de diversas quimeras que, desde el vamos, van obnivulando la razón de nuestra existencia.
Pero, la verdad, tal cual ella es existirá siempre, seamos capaces o no de percibirla, lleguemos o no a objetivarla en forma correcta.
No es cierto que haya tantas verdades como personas o como culturas; las distintas objetivaciones de ella, capaces de producir el falso efecto de la simultánea existencia de varias verdades respecto a un mismo objeto, hecho, fenómeno, situación, no son sino el resultado de la diversidad de las formas con que nos pretendemos acercar a aquella.
Estas reflexiones llanas sobre la educación, por supuesto que no pertenecen ni a un erudito, ni a un universitario, sólo a un ciudadano común, que ha tratado de interiorizarse sobre la realidad del sistema educativo y de la función que en realidad juega la educación en la socialización de los seres humanos.
A pesar de todos los aspectos negativos que presenta el actual sistema educativo, somos muy conscientes de que sólo a través de la educación y del ensayo de la aplicación de los conocimientos adquiridos, el pueblo puede llegar a alcanzar el grado de ilustración necesario para que, esté efectivamente en condiciones de propulsar con éxito, participando activamente en la toma de decisiones gubernamentales, un sustentable proceso democratizador de nuestras sociedades, a través de la cultura, del trabajo y del ahorro, destinado éste a reinvertir en una producción cuyo objetivo sea satisfacer equitativamente las necesidades reales de todos los integrantes de la sociedad.
Necesitamos de la educación, pero de una educación realmente liberadora, e decir pensada, resuelta y procesada, no sólo con vistas al crecimiento armonioso de la economía nacional, sino también, para lograr la democratización de la sociedad a los efectos de que ésta realmente garante el desarrollo humano integral del total de los conciudadanos.
La educación, por sí sola, no puede producir ninguna transformación realmente positiva de la sociedad, pero, sin la educación adecuada, tampoco ello es posible.
De cualquier manera, estas nuestras reflexiones llanas, brotadas de nuestra carencia de insensibilidad ante la problemática social, no son garantía de ninguna verdad absoluta.
Somos totalmente conscientes de ello y, si el tema les interesa, a ustedes les corresponde bucear en él, y, es más conveniente hacerlo colectivamente si es que, en realidad, andamos racionalmente en busca de la verdad.
Inocencio de los llanos de Rochsaltam.
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