sábado, 26 de diciembre de 2009

¿EL CAPITALISMO ES FUNCIONAL A LA DEMOCRACIA?

Atribuir a los errores, defectos, vicios y pasiones de los hombres, la responsabilidad total de las instituciones democráticas, ésas en las que se habían depositado la esperanza y la responsabilidad de conducir pacíficamente a la sociedad humana hacia una etapa de inteligente convivencia armónica, por cierto que no es una conclusión totalmente correcta.

La realidad social, en su conjunto, está constituida por hombres, objetos, hechos, conductas, hábitos, formas organizativas, normas morales, procesos productivos, instituciones gubernamentales, cada uno de ello, ser en sí, pero realmente ser en sí, en tanto los objetivemos en la relación que mantienen con los otros.

El hombre es un ser naturalmente sociable, y, la sociedad humana está integrada por seres humanos, mujeres y varones; pero, el hombre, ser social, existe sólo en tanto viva en relación con el resto de sus congéneres.

Además, la Naturaleza, y por lo tanto el hombre que es un ser natural, no es un universo estático, es todo cambio, movimiento, transformación constante, seamos o no capaces de percibirlo así, y, todas las cosas naturales, de alguna manera, están siempre vinculadas entre sí.

El ser humano actual, es un ser distinto, en lo físico, lo psíquico, lo productivo y lo cultural, a las mujeres y varones de inicios del siglo veinte y, el mismo hombre de fines del siglo diecinueve, en esos mismos aspectos, era muy otro al de fines del siglo dieciocho. Los cambios eran, sin duda, más lentos, menos acentuados que los cambios de la actualidad, que percibimos como más rápidos y más tajantes.

¿Porqué, ello ha sido y es así?

Porque las sociedades son muy distintas y, porque el propio marco de la Naturaleza se ha modificado a partir de la Revolución Industrial y, más aún, a partir del inicio de la Revolución Biotecnológica.

Las sociedades de cada uno de estos siglos ( XVIII, XIX, XX y XXI) presentan características diferentes, como consecuencia de la progresiva dominancia del sistema de producción capitalista y como resultado de los continuos avances de las técnicas y los incesantes descubrimientos científicos, se detecta la presencia de nuevas relaciones sociales, modificaciones en las expresiones religiosas, cambio de los valores morales, modificación de los gustos estéticos, renovación de las expresiones culturales y la sustitución de las anteriores costumbres y hábitos, por aquellos más propio, de la modernidad primero y de la postmodernidad después.

Las circunstancias de todo presente, siempre muestra algunas diferencias, incluso con el pasado más cercano y, mucho más con el más lejano.

Generalmente percibimos los cambios en aquellos aspectos que, por ser más visibles, los podemos detectar fácilmente, por que se refieren a las superficies de los objetos o al exterior físico de las personas. Cosa mucho más dificultosa es el percibir los cambios, las transformaciones internas. Y tanto puede resultar que la apariencia nos engañe con respecto al contenido, como que el contenido se haya transformado en otro muy distinto en tanto que el continente que nos sigue pareciendo el mismo.

Nosotros, entre aquel siglo dieciocho y el veintiuno podemos detectar un sin de cambios materiales: la vestimenta, los edificios, las vías de comunicación, los medios de transporte, la aparición del teléfono, del cine, del refrigerador, de la radio, del lavarropas, de la televisión, del aire acondicionado, de Internet, etcétera, etcétera.

Pero, ¿Cuál ha sido el cambio más significativo experimentado por el conjunto del mundo occidental que es el espacio geográfico-político donde se produjeron las revoluciones prodemocráticas?

El cambio más trascendental, aunque él en realidad, tal vez comenzara un siglo antes al menos, ha sido, sin dudas, el experimentado en la propiedad de los medios de producción y en las nuevas relaciones de producción establecidas como consecuencia del fin del modelo de producción feudal y su paulatina sustitución por el modelo de producción capitalista que culminó estableciendo una nueva división del trabajo, tanto en lo nacional como en lo internacional.

El propio modelo de producción capitalista, desde aquellos días hasta estos de ahora, ha transitado por diversas etapas – capitalismo agrario, mercantil, industrial y financiero - hasta llegar a la actual, la de la globalización, no sólo del mismo sistema productivo-económico, sino a la globalización de un mismo modelo político, de sociedades con idénticas injusticias y problemas, con naciones dominadas por una misma cultura.

Aquella sociedad que en el siglo dieciocho alumbró el despertar de la lucha por la libertad, la igualdad y la fraternidad ya no existe y, nuestra sociedad capitalista actual ya no respira el mismo espíritu ni se alimenta de los mismos valores que aquellos que proclamó la defensa de los derechos humanos; espíritu, ética y valores de nuestra sociedad están en las antípodas de aquellos que dieron forma a la concepción de la democracia, como ideal de gobierno.

Los vicios, las pasiones y los defectos de los seres humanos siguen siendo esencialmente los mismos, al igual que sus virtudes.

¿Qué es, entonces, lo que se ha modificado substancialmente? El entorno, las circunstancias, la contingencia del ser humano de nuestro tiempo.

Los pensadores del Siglo de la Ilustración no pensaron una forma de modelo aplicable a cualquier sociedad, en cualquier punto del planeta y en cualquier momento de su historia.

Sostuvo en su tiempo Montesquieu, que las distintas formas organizativas que se dieron los pueblos en el curso de su devenir histórico, no sólo son producto de una determinada sociedad en un momento dado de su existencia, sino que responden también, además, a una finalidad bien concreta.

Cuando un legislador debe elaborar una ley – opinaba - se encuentra con que no puede legislar para un pueblo, en abstracto, sino que debe hacerlo para un pueblo que ya existe y que, por lo tanto, tiene una manera particular de ser, y, no puede trasladar para ese pueblo una copia exacta de leyes que fueron necesarias y eficaces para la vida y el espíritu de otros pueblos que atravesaban por otras etapas de su historia.

Hay que analizar, entendía, la individualidad de cada nación. Según él, debía tenerse en cuenta su peculiaridad geográfica, su clima, su producción económica, las jerarquías sociales existentes entre los miembros de esa comunidad, su historia particular, sus creencias religiosas, sus valores morales, la constitución psicofísica de sus integrantes y las formas de su inter- relacionamiento social.

Ningún legislador se puede olvidar de que las leyes que elabora, para que sean eficaces, deben adecuarse a las maneras de ser de ese pueblo.

La democracia esbozada en el siglo diez y ocho ha desaparecido como realidad porque la sociedad de entonces ya no existe.

La calidad de ser elector o elegible, por ejemplo, ha dejado de estar legalmente predeterminado por el ser o no propietario de determinado capital, o por el sexo de cada persona, o por ser o no ilustrado.

Elo no obstante, el desarrollo del capitalismo ha impedido que la democracia llegara a convertirse en la realidad a que aspiraban al menos, algunos de aquellos revolucionarios de entonces, y alimentó las esperanzas de los sectores postergados.

Los avances obtenidos en la lucha por la libertad y la igualdad han quedado desvirtuados por las nuevas trabas elaboradas por los sectores dominantes.

Tal vez, en nuestra época, la democracia ha dejado de ser un ideal, para transformarse en una utopía.

En todo caso es una forma de gobierno que brilla por su ausencia, circunstancia que, la ciudadanía, mayoritariamente parece no advertir, y si lo advierte, su reclamo no llega a percibirse.

¿Están los pueblos resignados a continuar viviendo en este tipo de sociedad?

Creemos que, en determinado momento, cuando las circunstancias lo reclamen y lo posibiliten, los pueblos reiniciarán el camino más adecuado para transformar esta realidad tan irracional, provocada por el desarrollo del capitalismo, por un modo de vida más inteligente, más justo, más racional, más fraterno y, en consecuencia, menos conflictivo que este en que nos ha tocado vivir.

La democracia, es decir, el inicio y prosecución ininterrumpida de un proceso realmente democratizador de la sociedad, sólo será realidad, cuando se haga carne en la mayoría de los integrantes de la humanidad, la necesidad imperiosa de comenzar a dar fin al modelo productivo-económico capitalista, sustituyéndolo por otro, lo suficientemente racional e inteligente, como para propiciar y sostener una estructura social armónica, fraterna, solidaria, justa.

El capitalismo no es funcional a la democracia, por ello, el sufragio universal no ha alcanzado a ser una garantía eficaz contra la posibilidad de que un grupo de hombres termine dominando y explotando al resto de sus congéneres, posibilidad que, en una sociedad capitalista se convierte siempre en una realidad inevitable.

Inocencio de los llanos de Rochsaltam.

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