miércoles, 27 de enero de 2010

EL HOMBRE, ESE ANIMAL, TAN IRRACIONAL-


Cuando el ser humano hizo su aparición sobre el planeta Tierra, no existía ni la libertad ni la esclavitud, ni el salvajismo ni la civilización, ni el bien ni el mal, puesto que todas estas cuestiones son creaciones intelectuales surgidas al alcanzarse determinado estadio del pensamiento y de la cultura, propias de ese homínido al que, generalmente, se distingue con el calificativo de “homo sapiens”.

Antes de hablar de instintos o de conductas animales y, de conductas humanas (irracionales y racionales), nos vemos obligados a presentar, previamente, algunas opiniones personales con referencia a asuntos más generales, pero, a nuestro entender, más trascendentales.

El ser humano, dada su peculiar racionalidad, es el único integrante del reino animal que reniega de la Naturaleza, que pretende abdicar de su condición biológica, de ser algo totalmente perteneciente al mundo natural, para poder así elevarse de su humilde pedestal, exclusivamente formado en base a polvo y agua, con la finalidad de presentarse como algo superior al resto de los mortales y proclamarse como un ente excepcional, seleccionado por una voluntad sobrenatural para ser capacitado con la finalidad de dominar la Naturaleza, mejorarla y ponerla a su exclusivo beneficio.

Esa vanidosa y orgullosa postura poco tiene que ver con la sabiduría, aunque aparece muy emparentada con la postura que suelen asumir demasiados científicos.

Sólo Jesús, también conocido como el Cristo en la historia compilada por los hombres, aparece revestido con la virtuosa humildad de denominarse “Hijo de Hombre”, en vez de andar alardeando de ser el hijo de Yahvé, o de Júpíter, o de Zeus, o de Ra.

Sólo él acometió la libertaria locura de decir: “Sólo les doy este mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros… Si se aman unos a otros, todo el mundo se dará cuenta de que son discípulos míos”. Ninguna prohibición explícita, sólo un pedido: “Deben amarse los unos a los otros, así como yo los amo.” En otra ocasión comentó: “Por los hechos los conoceréis”.

No es una teoría intelectual absurda la de aquellos que sostienen que, muy posiblemente, Cristo, en algún momento de su juventud haya sido, cuando menos, asistente habitual a alguna de las escuelas filosóficas estoicas afincadas en Alejandría

El sincretismo filosófico y religioso allí reinante, bien habría podido ayudarle a elaborar el estilo de vida que predicó y practicó.

Nada más cercano al sufrimiento, a la templanza, a la serenidad para enfrentar los sinsabores de la vida del ser humano, que el desarrollo de una extremada virtud amatoria destinada exclusivamente al bien del prójimo y al disfrute de la felicidad personal, solamente a través del logro del conocimiento aplicado al servicio del necesitado.

Sólo un estoico, convencido de saber donde se encuentra la verdadera felicidad, puede - sin buscar ningún beneficio personal, ni esperar ninguna retribución de agradecimiento - ofrendar con total desprendimiento y fortaleza su vida personal, con el único objetivo de evitarle al resto de la humanidad una muerte segura.

La interpretación de la resignación a la aceptación de la muerte que hace Cristo, como presunto hijo de Dios, adquiere sentido en alguien convencido de que la ofrenda de su vida sirve para la posible salvación espiritual de todos los seres humanos.

Solamente los hechos, y no las palabras, expresan con total veracidad irrebatible la verdadera esencialidad del ser humano.

Por otra parte, nada más negador de la inmortal, todopoderosa y omnipresente esencia divina (tal cual fue elaborada por los propios seres humanos) que, el aceptar asumir una corporeidad tan defectuosa y tan mortal como la de un ser humano.

Jesús de Nazaret predica su “nueva buena”, consistente en afirmar que se puede acceder a una dicha eterna sólo a través de la adhesión a ese ideal de vida temporal que predica con su personal forma de vivir, consistente en: el desprecio por las riquezas de la tierra, los honores de los poderosos y las comodidades físicas; la compasión por los enfermos, hambrientos y sedientos (con quienes comparte con absoluta generosidad lo único valioso que personalmente posee: la excelsa sabiduría que posee); el no sólo amar con pasión al prójimo sino que, simultáneamente, también ser capaz de perdonar a quien le ofendió, de presentarle su comprensión y de ofrecerle su afecto. Por otra parte, también se lo muestra condenando con frialdad impensada a quienes privan a los niños de su inocencia, a quienes manifiestan su insensibilidad ante el dolor y la necesidad ajena, y, a quienes lucran con la religiosidad.

¿Cómo la sociedad judía, bajo el dominio de un imperio romano que no se preocupaba por ocultar la decadencia moral que lo corría, logró alumbrar tal santidad para luego proceder a su crucifixión?

Y ¿es razonable pensar que un Dios amor y todopoderoso resuelva el envío de su propio hijo a la muerte para poder redimir a un ser humano que él mismo había creado a su imagen y semejanza? ¿No tenía otra opción?

Cristo no ha sido el único modelo ejemplar de vida que ha dado la humanidad, aunque su vida y su prédica sea el que más repercusión universal ha alcanzado. Pero, el cómo dichos hombres lograron dominar sus instintos primitivos y rechazar los hábitos que imponía la cultura dominante de sociedad y de su tiempo no es precisamente el objeto de estas reflexiones, sino que ellas pretenden centrarse en los fenómenos generales y no en las excepcionalidades, es decir, en las sociedades, en los pensamientos y en los seres humanos que tienden a representar lo más universal, dentro de la riqueza que ofrece el mosaico de lo humano.

Fue Cristo un ser especialísimo, que - en medio de los éxitos político- militares de una república romana que extendía sin cesar sus fronteras imperiales y cuyos líderes entretenían con pan y circo a un pueblo masificado que permanecía en la ignorancia de que las ambiciones personales de sus líderes había ya dado inicio a una lucha interna cuyo objetivo no era otro que el de poder reinstaurar un nuevo régimen político aristocrático y tirano – sembró con convicción y eficacia su mensaje de solidaridad, amor y paz, pese a que Judea había sido convertida en una de las tantas provincias asiáticas obligadas a rendir pleitesía a la capital mediterránea.

Nada más opuesto a los valores de la cultura dominante en su época, en su tierra y en su nación, que su modelo de vida y su prédica. Y, sin embargo, por unos doscientos años sus enseñanzas arraigaron en gentes de todos los sectores sociales, Y su expansión hubiera continuado ampliándose si, otros nuevos sacerdotes que se presentaron como sus seguidores, no hubieran convertido a su pueblo liberado, en súbditos de una nueva institución religiosa que, renegó de sus orígenes, para ponerse primero al servicio del poder terrenal de turno, para luego convertirse, aunque ello resultó algo temporal, en la institución de mayor poder en el mundo occidental.

Las palabras suelen usarse para encubrir las verdades de nuestra forma de ser, en tanto que nuestros hechos terminan exponiéndonos desnudos, a la consideración del público.

Permítasenos, entonces, comenzar a desarrollar nuestras reflexiones en torno a la conducta humana, a partir de un juicio personal (no importa lo poco, mucho o nada que él sea o no compartido por ustedes) en el sentido de que estamos plenamente convencidos de que el hombre sólo es, desde el punto de vista biológico, un animal que no presenta ninguna diferencia substancial con las características que son comunes a todos los integrantes del reino animal.

Sólo la faceta negativa de la culturización del ser humano ha tendido a ubicarnos, casi desde el inicio de los tiempos civilizados, en una cúspide artificial y arbitrariamente aislada del resto de la evolución de la Naturaleza.

Pero, si dispusiéramos de una real capacidad de comunicarnos racionalmente con los demás integrantes del reino animal, es decir, si poseyéramos la capacidad de poder crear un lenguaje total e igualmente entendido, no sólo por todos los hombres sino también por todos los animales, entonces, sólo tal vez entonces podríamos disponer de una cierta base poblada de verosimilitud para afirmar que, efectivamente, somos diferencialmente superiores a ellos y en razón de qué fenómeno natural objetivo los seres humanos poseemos unas actitudes conductuales que nos ubican como seres naturales que obran en contra de las propias leyes de la Naturaleza.

De acuerdo al decir de las teorías “científicas” dominantes, tan interesadas en exaltar la supremacía de la racionalidad en la adopción de las conductas humanas, las reacciones primarias que, en menor o mayor grado presentan todos los hombres, mujeres y varones, estarían limitadamente orientadas a satisfacer las necesidades biológicas fundamentales del ser humano, a partir de la supervivencia de los siguientes instintos:

- los instintos de conservación que lo impulsan a satisfacer su necesidad de

alimentarse, de protegerse contra el frío y el calor extremos, etcétera, etcétera…y,

los que los impulsan a huir sistemática y ciegamente ante los peligros que los exponen

a una muerte segura así como aquellos que los compelen a la lucha cuando ella es la

única opción válida para preservar la vida, etcétera;

- los instintos de reproducción que impulsan al hombre a tratar de perpetuar la

especie humana; y,

- los instintos gregarios que impulsan al hombre a buscar una vida asociada con las de

otros seres humanos.

De acuerdo, pues, a las teorías “científicas” en boga, si bien el impulso instintivo es algo innato en el ser humano, la ejecución de las conductas instintivas destinadas a satisfacer sus necesidades biológicas elementales, están actualmente subordinadas a las influencias del medio social y a la propia personalidad del sujeto humano.

En otras palabras, se estima que las conductas humanas han dejado de ser conductas instintivas, irracionales, para convertirse en conductas derivadas de los hábitos de la sociedad humana.

Los hábitos nos son presentados como reacciones no innatas, adquiridas en el medio social y a través del transcurso de la historia, con tendencia a la invariabilidad, y que terminan convirtiéndose en reacciones mecanizadas que repiten siempre, incansable e indefectiblemente, los mismos actos, gestos, palabras, movimientos, obras.

El hábito pasa así a convertirse en un reductor de la iniciativa de voluntades conscientes, frente a determinados fenómenos, situaciones, realidades y acciones, convirtiendo a la conducta humana en una actividad más mecanizada y menos pensada que las derivadas de los instintos innatos que posee todo ser natural.

Las bases de la conducta humana deberían obedecer a leyes exclusivamente fisiológicas y psicológicas, por cuanto todo ser humano sólo está compuesto de cuerpo y psiquis, de materia biológicamente activa, pero resulta que, en verdad, en la vida cotidiana de cada sujeto, su comportamiento personal, también está influido por la estructura socio-económica en que vive, por el ambiente material (natural y artificial) en que se desarrolla su existir, por el complejo universo de las diversas actividades culturales que realiza y de las relaciones humanas que de ellas se derivan, por lo que, en definitiva, concluimos en que el conjunto de la conducta de cada persona humana resulta de las consecuencias de los factores internos propios del natural cuerpo y de los factores externos propios del medio material, económico, social y cultural en que casa ser humano desarrolla su existencia.

De las antinomias que unas y otras presentan, provienen los traumas, las afecciones, las alteraciones, las patologías que, crecientemente, afectan a un número mayor de personas, y con consecuencias cada vez más perniciosas para el futuro de la humanidad.

Esta civilización postmodernista perfecciona la obra de la destrucción que sobre nuestra psiquis iniciaron miles de años atrás aquellas culturas que tendieron a separar al ser humano de la madre Naturaleza que lo creó, lanzándolo atrás de la utopía de que la felicidad humana se encontraba en la comodidad corpórea, en el descanso intelectual, en el cultivo del ocio y en la satisfacción de las pasiones desatadas por una cultura orientada en sentido inverso al que ya había sabido recorrer el hombre para lograr satisfacer las necesidades esenciales de los primeros grupos humanos que fueron capaces de organizarse en sociedades inteligentes, racionales y pacíficas, en base a una forma de razonar elaborada a través de un mismo lenguaje articulado utilizado tanto para poder comunicarse entre sí, como para llevar adelante trabajos colectivos y para desarrollar y ampliar la capacidad de pensar más racionalmente .

La necesidad natural insatisfecha se convirtió, en los primeros tiempos, en el motor del desarrollo del complejo cerebro humano, de su capacidad de observar, de discernir, de elaborar un lenguaje articulado, de pensar y razonar inteligentemente, de inventar utensilios y herramientas, de superar la etapa de recolección de frutos para transformar progresivamente en agricultor, ganadero, minero y metalúrgico .

Pero, también la necesidad, despertó sentimientos de envidia, de codicia, de odio y alentó el surgimiento de conflictos bélicos con el objetivo de apropiarse bienes ajenos. Aquellos pueblos esencialmente dedicados al trabajo y al arte fueron siempre las víctimas propicias de aquellos otros que prefirieron optar por el pillaje de lo ajeno antes que por el esfuerzo de producir. Y, los atropellos, siempre terminan desencadenando ánimos de venganzas Quien siembra vientos no debe asombrarse de cosechar tempestades.

Aunque poseemos escasas razones atendibles para creer que es posible reencauzar la marcha de la humanidad hacia la recuperación de la racionalidad del conjunto de la sociedad humana, precisamente, la gravedad de los conflictos que nos aquejan puede convertirse en el iniciador de una forma de pensar que nos redima de este abismo y nos lleve a una posición desde donde sea posible vislumbrar el rosedal de un futuro mejor, donde el hombre, ser natural, posea la fortaleza de dominar los instintos primarios negativos para que sean mayormente instintos positivos los que terminen conformando una nueva sociedad humana, pacífica, inteligente, armoniosa y respetuosamente solidaria para con todos sus miembros.

Ahora bien, el ejemplo de Cristo, de su excepcionalidad humanidad surgida en medio de una determinado sociedad que transita por un determinado momento de su historia nacional, y los pensamientos que expusimos escasas líneas más arriba, nos llevan a una cuestión fundamental, que debemos apresurarnos a dilucidar. El ser humano ¿es el fruto de una sociedad determinada? O, ¿la sociedad es el mero resultado de una suma de hombres?

Iniciamos las reflexiones editadas hoy, afirmando que el hombre es un ser totalmente natural.

Pero el ser humano concreto, el prójimo nuestro de cada día, ¿es sólo un fruto biológico elaborado por la Naturaleza? o, acaso también es, en menor o mayor medida, ¿el producto cultural de la sociedad en la que, en definitiva, libremente elige vivir?, o ¿sólo es el resultado fatalista de aquella otra en la que, involuntariamente se ve constreñido a subsistir?

¿Si el ser humano es racional debido a su pertenencia a una sociedad humana que es racional, una sociedad humana irracional lo priva de la racionalidad previamente adquirida?

Tratemos de encontrar en conjunto una respuesta acertada y útil.

Inocencio de los llanos de Rochsaltam.

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