sábado, 26 de diciembre de 2009

La democracia no ha fracasado


La democracia es una forma de gobierno ideada para que el Estado cumpla las funciones que la sociedad le encomienda, en atención a una finalidad moral: la defensa de la vida, de la libertad, de la igualdad, de la justicia, de la propiedad y de la seguridad.

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Nunca fue pensada para la atención prioritaria de las necesidades del incremento de la producción, ni del crecimiento de la economía, ni de la acumulación de capital, ni del aumento de la riqueza individual.

No hay evidencia real alguna que demuestre que, el incremento de la producción, el crecimiento de la economía, la acumulación de capital o el aumento de la riqueza individual, promueva, de por sí, el integral desarrollo humano del total de los componentes de una sociedad

En cambio, el desarrollo integral humano del total de los componentes de una sociedad, inevitablemente provoca el acrecentamiento del potencial de posibilidades capaces de promover el incremento racional y sustentable de la producción y el crecimiento de una economía sana, capaces ellos sí de proveer el aumento de una riqueza material colectiva que, sabiamente administrada, resulta provechosa para cada uno de los miembros del colectivo.

La utilidad práctica de la democracia, no está evaluada en relación a leyes de la economía, sino que, ella deriva del hecho de que dota a la sociedad civil - cualquiera sea el grado de crecimiento económico de un país - de un mecanismo político que, sin necesidad del empleo de la violencia, es capaz de ajustar pacíficamente el régimen vigente, a lo que la mayoría de los ciudadanos desean, pero sin causar daño en quienes piensan distinto.

La justa distribución de la riqueza nacional no depende del menor o mayor poderío económico de un país sino del grado de desarrollo de la conciencia moral del conjunto de sus habitantes, es decir, de la sensibilidad del conjunto de la población frente a los temas de las injusticias sociales.

Por supuesto que un país de gran crecimiento económico está, en teoría, en condiciones mejores de satisfacer una mejor calidad de vida a todos sus habitantes, pero el que lo haga o no depende - aparte de la responsabilidad de los gobernantes – del desarrollo y ejercicio del sentimiento de solidaridad hacia con el prójimo.

La democracia es el instrumento ideado, precisamente, para eliminar las arbitrariedades, abusos e injusticias que se habían acumulado durante el feudalismo, especialmente cuando el agotamiento del sistema económico había engendrado el fenómeno del absolutismo monárquico.

El análisis de la historia de nuestros países hispanoamericanos muestra que, todos ellos, aparecen como atravesados por un mismo fenómeno económico y social que se inicia a partir de la obtención de la independencia política de la Corona de España y que, al menos en nuestro país (la República Oriental del Uruguay) se ha mantenido, sin lapso de interrupción, durante los primeros sesenta años y los últimos ochenta años de su vida de independencia política.

Ese fenómeno, está constituido por el continuado y creciente traspaso de la riqueza colectiva a manos de una minoría social (cada vez menos numerosa), que fue haciéndose de una creciente acumulación y concentración del capital, por obra y gracia del comportamiento de políticos y gobernantes que han estado sometidos a los dictados de las oligarquías partidarias que se apoderaron de la dirección de las organizaciones políticas nacionales, por lo que, de allí en más, el funcionamiento de éstos está totalmente reñido con los principios y la filosofía democrática.

Del siglo dieciocho en adelante, la flamante y débil democracia se fue transformando en una paulatina y cada vez más poderosa elitocracia.

El fenómeno económico-social, al que nos referimos al inicio de esta reflexión, ha resultado ser un flagelo incoado generalizadamente en aquellos países a los que actualmente se les designa como periféricos, es decir, aquellos países que han sido saqueados desde el exterior, posibilitando la suficiente acumulación de la riqueza capaz de proporcionar el capital necesario para lograr el crecimiento económico acelerado que caracterizó el surgimiento de los países centrales, lo que sólo fue posible con la complicidad, cuando no con la ayuda directa, de unas burguesías nacionales que prefirieron aliar su suerte al del país dominante, antes que favorecer el crecimiento económico autónomo de su propio país

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En todos estos países periféricos, a los que, a veces todavía se los cataloga como “en vías de desarrollo” - la continuación del despojo de sus riquezas, el despilfarro de sus recursos naturales, el deterioro de su medio ambiente y el acelerado acrecentamiento de su endeudamiento externo, como consecuencia de procesos productivo- económicos dirigidos a satisfacer prioritariamente las demandas externas antes que las necesidades del propio crecimiento de sus economías nacionales – la democracia aparece como un sistema de gobierno, incapaz no sólo de garantizar el crecimiento económico nacional y el desarrollo humano de su población, sino que, también ha resultado ineficaz para preservar el derecho a la vida, a la libertad, a la igualdad, a la propiedad, a la justicia y a la seguridad de la mayoría de los ciudadanos, a la vez que se la observa como permitiendo, cuando no facilitando, la estructuración de sociedades fragmentadas, porque, la marginalidad cultural, social, política y económica, en vez de haber decrecido progresivamente, se ha ido incrementado exponencialmente, tanto en cantidad como en calidad.

No obstante, ello no es sino una apreciación equívoca; la aparente ineficacia de la democracia, no es tal.

El problema no ha sido que la democracia haya resultado inapropiada para los fines para los cuales fue ideada, sino que, en realidad, ella ha estado ausente.

La democracia no ha fracasado sino que, lo que realmente ha sucedido es que, ella ha sido progresivamente degradada, asfixiada y anulada, como consecuencia del desarrollo y fortalecimiento del capitalismo, como sistema productivo-económico dominante.

Nuestros países, una vez obtenida su independencia, pasaron, en menos de treinta años, del sistema de producción feudal que había introducido España en su Reino de Indias, al sistema d producción capitalista industrial que ya se había desarrollado en Inglaterra.

Capitalismo y democracia han resultado ser total y absolutamente inconciliables, porque la filosofía y el objetivo del uno están en las antípodas de la otra.

Fue la burguesía (la inglesa primero y la francesa después), quien a partir del siglo XVII, enarboló la bandera de la democracia, para: combatir el absolutismo monárquico, anular los privilegios de la nobleza y de la Iglesia, y acceder al poder político.

Pero, una vez logrados estos objetivos y habiendo accedido rápidamente a una posición de dominancia económica, social y política, la burguesía adoptó, primero una clara posición conservadora y finalmente, con relación al proceso democratizador de la sociedad, una posición contrarrevolucionaria.

Han sido las ambiciones económicas y políticas de los hombres que integran las minorías elitistas que realmente nos gobiernan y, la ignorancia creciente a que han sido sumidos estos pueblos – reducidos a condición de masa y, por lo tanto, imposibilitados de poder participar e influir directamente en la toma de decisiones gubernamentales trascendentales para la nación- los responsables de la instalación de la compleja situación socio-económica que actualmente predomina en nuestros países.

Las mejores instituciones quedan privadas de sus virtudes, cuando ellas caen en poder de hombres dominados por la ambición, la codicia, la avaricia, la envidia y/o el egoísmo.

Ello es lo que, en definitiva, en nuestro modesto entender, ha sucedido.

La democracia no puede florecer allí donde reina el capitalismo.

¿Por qué? Porque el espíritu auténtico de la democracia está en las antípodas de la filosofía en que se fundamenta el capitalismo.

El que la burguesía la haya utilizado como bandera ideológica primero, y luego la halla desnaturalizado para convertirla en instrumento de dominio, es otro tema.

Pero, la democracia, como modelo ideal de gobierno, para nada ha fracasado.

Las arbitrariedades, los abusos y las injusticias presentes, son el resultado natural del desarrollo del modelo capitalista de producción.

El capitalismo siempre será un obstáculo insalvable para la democratización integral de nuestras sociedades.

Éste, cuanto más desarrollado, más sutiles medios emplea para encubrir la falta de democracia.

Inocencio de los llanos de Rochsaltam.

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