domingo, 27 de diciembre de 2009

ACERCA DE LA LIBERTAD

- ACERCA DE LA LIBERTAD -

En verdad ¿existe la libertad?

¿Soy, realmente, un ser libre?

¿Qué pruebas objetivas poseemos para dar a ambas preguntas sendas respuestas positivas, dotadas de total contundencia argumental?

Les confieso, hermanos cibernautas, que nada me sería más grato y tranquilizador que el poder declararme, totalmente libre, independiente y autosuficiente.

Pero, en realidad, incluso tengo dudas de que esta comunicación cibernética responda a un acto totalmente soberana de mi intelecto, o si, por el contrario, ello no es sino el simple efecto de alguna causa proveniente de mi propia naturaleza humana, a la que soy incapaz de identificar. Por ejemplo: un oculto soplo de vanidad.

Pero, a los efectos de evitar desviarnos hacia los motivos por los cuales cada uno decide escribir y los objetivos que persigue cada escribiente, conviene volver al punto inicial de estas reflexiones sobre la existencia o no de la libertad y sobre si es posible o no el ser un hombre (mujer o varón) realmente libre.

Sin duda alguna, el saber que los más sesudos filósofos no han podido ponerse de acuerdo sobre esta temática - cosa que es bastante común en ellos, puesto que cada uno suele aferrarse a su concepción sin ánimo de buscar la verdad, o de aceptar la parte de verdad, o el mejor acercamiento a la verdad que puedan encerrar las conclusiones de sus pares – nos puede inclinar a renunciar a todo intento de encontrar la respuesta a las preguntas planteadas.

Pero, como seres humanos capaces de razonar, poseedores al menos de cierto grado de inconformismo y provistos del ánimo de investigar y de la tenacidad necesaria para vencer los obstáculos, creemos que resulta una obligación el dar satisfacción al natural deseo de saber, por lo que, en definitiva, trataremos de abocarnos a la tarea de encontrar las respuestas más verosímiles a las dos preguntas inicialmente planteadas hoy.

En realidad, hay un problema existencial que una y otra vez nos vuelve a enfrentar a estas mismas preguntas. Y él deriva esencialmente, al menos así lo entendemos personalmente, de la necesidad de satisfacer la inquietud que nos plantea, el dudar sobre, si lo que hemos realizado hasta hoy, a partir del momento en que comenzamos a hacer uso racional de nuestra capacidad de pensar, reflexionar, concluir y decidir nuestra conducta personal, o, lo que aún tenemos planteado para con nuestro futuro personal, es y será la consecuencia del ejercicio pleno de nuestra libre y racional facultad de reflexionar y decidir nuestros actos de vida o, si por el contrario ello no fue, no es, ni será, otra cosa que, el resultado de elementos y/o fuerzas radicadas en el exterior de nuestra naturaleza humana, ya sean ellas la consecuencia de la voluntad de los dioses, de las leyes que rigen el mundo de la Naturaleza, o del medio ecológico, económico, social, político y cultural en el que nacemos, nos criamos, educamos, trabajamos, desarrollamos relaciones sociales, amamos, dejamos descendencia sanguínea y finalmente abandonamos este cuerpo que, dejará de existir como tal, para desintegrarse y organizarse en nuevas formas físico-químicas.

¿Qué es lo que decide nuestras ideas, nuestras aspiraciones, nuestros miedos nuestros placeres inmediatos y nuestros actos destinados a fines previamente evaluados y definidos?

¿Es una cuestión de determinismo mecanicista, de nuestro salvaje instinto animal, de conformismo religioso, de voluntarismo necio, o de racionalidad humana?

Plantear estos temas, en estas fechas en que la mayoría de la gente se dedica a aturdirse de ruidos (bombas estruendosas, músicas estridentes a todo volumen, luces sicodélicas), a dejarse sumergir en las neblinas del alcohol o en la inconciencia que provocan otras drogas más pesadas, en satisfacer la glotonería o los siempre insatisfechos apremios sexuales, o en saludar a aquellos seres que decimos apreciar y a quienes sin embargo durante todo un año privamos de nuestra palabra, parecería como algo destinado a la falta de la necesaria receptividad y del eco más adecuado.

Alguien ha definido a este siglo como el siglo del conocimiento, pero, más allá del mayor peso económico que él provoca, por cierto que, ni el siglo veinte ni lo que va de éste se caracteriza por el amor, por el afán de pensar, por una mayor racionalidad, por un acrecentamiento de sabiduría. Todo lo contrario; y, además, cuando alguien piensa demasiado bien y publica sus pensamientos, corre el riego de convertirse en el enemigo público número uno de los poderosos de turno.

Sin embargo, por eso mismo, y porque la actual nos parece una civilización deshonestamente salvaje, creemos que este es el momento más adecuado para comenzar el año 2010, dedicados a pensar y reflexionar profunda, pero llanamente, porque, si bien descargar en lo foráneo la responsabilidad del desenlace de los actos acometidos y del fracaso de los nuevos proyectos resulta una excusa muy cómoda, personalmente, el culpar a la falta de libertad de todo aquello nocivo y doloroso que nos deja el año 2009, nos aleja de la posibilidad de ahondar en las causas que realmente están atrás de nuestras ideas y acciones.

Esta comunicación, no busca dictar cátedra, ni proclamar presuntas verdades incontrovertibles, sino que, por el contrario, está destinada a encontrar e integrar una tertulia cibernética que nos ayude con sus aportes llanos.

Finalmente, para abocarnos a dar respuestas válidas a la pregunta de si existe la libertad y de si el hombre es un ser libre, nos vemos obligados a efectuar un muy sintético y rudimentario esbozo sobre el desarrollo de la vida del ser humano, cosa que iremos haciendo progresivamente, a través de sucesivas publicaciones.

XII/25/2009.

Inocencio de los llanos de Rochsaltam.


LA LIBERTAD


Vuela en los aires
Galopa en los vientos
Camina en las nubes
Se baña en las lluvias.
Navega en las aguas
Entre las llamas se agita
Y de sus cenizas brota
Reverdeciendo horizontes.
Sonrosada de amaneceres
Se columpia en las ramas
Y perfumada de flores
Sobre la hierba asienta
Su corporeidad etérea;
Pulsando encordada guitarra
Su canto hacia el cielo eleva
Nos tiende sus manos
Y a su seno nos llama.
En la noche enrejada
El prisionero la reza
Y con polvo de estrellas
En los muros escribe
La palabra más amada
La lumbre de su esperanza.
Solamente al perderte
Apreciamos tu valía
Y, presurosos,
Te convertimos en semilla
Que sembramos en los surcos del cerebro
Confiados en las espigas
Que madurarán los tiempos.
Convertida en bandera,
Tras su causa
Por las calles marchamos,
Fraternalmente del brazo,
Silenciosos, o
Vivándola:
¡Libertad! ¡Libertad!
¡Libertad!
Ocho letras
Para todo nuestro universo,
Legado de la Naturaleza,
Atributo y derecho humano,
Que la codicia roba,
Con astucia, engaños o violencia.
¡Libertad!
Cuando todos los hombres
Seamos libres
Entonces, y sólo entonces
Tú reinarás: Libertad,
Y nosotros podremos festejar
La Navidad.
Diciembre 24 del 2009-12-27
Inocencio de los llanos de Rochsaltam.

sábado, 26 de diciembre de 2009

¿EL CAPITALISMO ES FUNCIONAL A LA DEMOCRACIA?

Atribuir a los errores, defectos, vicios y pasiones de los hombres, la responsabilidad total de las instituciones democráticas, ésas en las que se habían depositado la esperanza y la responsabilidad de conducir pacíficamente a la sociedad humana hacia una etapa de inteligente convivencia armónica, por cierto que no es una conclusión totalmente correcta.

La realidad social, en su conjunto, está constituida por hombres, objetos, hechos, conductas, hábitos, formas organizativas, normas morales, procesos productivos, instituciones gubernamentales, cada uno de ello, ser en sí, pero realmente ser en sí, en tanto los objetivemos en la relación que mantienen con los otros.

El hombre es un ser naturalmente sociable, y, la sociedad humana está integrada por seres humanos, mujeres y varones; pero, el hombre, ser social, existe sólo en tanto viva en relación con el resto de sus congéneres.

Además, la Naturaleza, y por lo tanto el hombre que es un ser natural, no es un universo estático, es todo cambio, movimiento, transformación constante, seamos o no capaces de percibirlo así, y, todas las cosas naturales, de alguna manera, están siempre vinculadas entre sí.

El ser humano actual, es un ser distinto, en lo físico, lo psíquico, lo productivo y lo cultural, a las mujeres y varones de inicios del siglo veinte y, el mismo hombre de fines del siglo diecinueve, en esos mismos aspectos, era muy otro al de fines del siglo dieciocho. Los cambios eran, sin duda, más lentos, menos acentuados que los cambios de la actualidad, que percibimos como más rápidos y más tajantes.

¿Porqué, ello ha sido y es así?

Porque las sociedades son muy distintas y, porque el propio marco de la Naturaleza se ha modificado a partir de la Revolución Industrial y, más aún, a partir del inicio de la Revolución Biotecnológica.

Las sociedades de cada uno de estos siglos ( XVIII, XIX, XX y XXI) presentan características diferentes, como consecuencia de la progresiva dominancia del sistema de producción capitalista y como resultado de los continuos avances de las técnicas y los incesantes descubrimientos científicos, se detecta la presencia de nuevas relaciones sociales, modificaciones en las expresiones religiosas, cambio de los valores morales, modificación de los gustos estéticos, renovación de las expresiones culturales y la sustitución de las anteriores costumbres y hábitos, por aquellos más propio, de la modernidad primero y de la postmodernidad después.

Las circunstancias de todo presente, siempre muestra algunas diferencias, incluso con el pasado más cercano y, mucho más con el más lejano.

Generalmente percibimos los cambios en aquellos aspectos que, por ser más visibles, los podemos detectar fácilmente, por que se refieren a las superficies de los objetos o al exterior físico de las personas. Cosa mucho más dificultosa es el percibir los cambios, las transformaciones internas. Y tanto puede resultar que la apariencia nos engañe con respecto al contenido, como que el contenido se haya transformado en otro muy distinto en tanto que el continente que nos sigue pareciendo el mismo.

Nosotros, entre aquel siglo dieciocho y el veintiuno podemos detectar un sin de cambios materiales: la vestimenta, los edificios, las vías de comunicación, los medios de transporte, la aparición del teléfono, del cine, del refrigerador, de la radio, del lavarropas, de la televisión, del aire acondicionado, de Internet, etcétera, etcétera.

Pero, ¿Cuál ha sido el cambio más significativo experimentado por el conjunto del mundo occidental que es el espacio geográfico-político donde se produjeron las revoluciones prodemocráticas?

El cambio más trascendental, aunque él en realidad, tal vez comenzara un siglo antes al menos, ha sido, sin dudas, el experimentado en la propiedad de los medios de producción y en las nuevas relaciones de producción establecidas como consecuencia del fin del modelo de producción feudal y su paulatina sustitución por el modelo de producción capitalista que culminó estableciendo una nueva división del trabajo, tanto en lo nacional como en lo internacional.

El propio modelo de producción capitalista, desde aquellos días hasta estos de ahora, ha transitado por diversas etapas – capitalismo agrario, mercantil, industrial y financiero - hasta llegar a la actual, la de la globalización, no sólo del mismo sistema productivo-económico, sino a la globalización de un mismo modelo político, de sociedades con idénticas injusticias y problemas, con naciones dominadas por una misma cultura.

Aquella sociedad que en el siglo dieciocho alumbró el despertar de la lucha por la libertad, la igualdad y la fraternidad ya no existe y, nuestra sociedad capitalista actual ya no respira el mismo espíritu ni se alimenta de los mismos valores que aquellos que proclamó la defensa de los derechos humanos; espíritu, ética y valores de nuestra sociedad están en las antípodas de aquellos que dieron forma a la concepción de la democracia, como ideal de gobierno.

Los vicios, las pasiones y los defectos de los seres humanos siguen siendo esencialmente los mismos, al igual que sus virtudes.

¿Qué es, entonces, lo que se ha modificado substancialmente? El entorno, las circunstancias, la contingencia del ser humano de nuestro tiempo.

Los pensadores del Siglo de la Ilustración no pensaron una forma de modelo aplicable a cualquier sociedad, en cualquier punto del planeta y en cualquier momento de su historia.

Sostuvo en su tiempo Montesquieu, que las distintas formas organizativas que se dieron los pueblos en el curso de su devenir histórico, no sólo son producto de una determinada sociedad en un momento dado de su existencia, sino que responden también, además, a una finalidad bien concreta.

Cuando un legislador debe elaborar una ley – opinaba - se encuentra con que no puede legislar para un pueblo, en abstracto, sino que debe hacerlo para un pueblo que ya existe y que, por lo tanto, tiene una manera particular de ser, y, no puede trasladar para ese pueblo una copia exacta de leyes que fueron necesarias y eficaces para la vida y el espíritu de otros pueblos que atravesaban por otras etapas de su historia.

Hay que analizar, entendía, la individualidad de cada nación. Según él, debía tenerse en cuenta su peculiaridad geográfica, su clima, su producción económica, las jerarquías sociales existentes entre los miembros de esa comunidad, su historia particular, sus creencias religiosas, sus valores morales, la constitución psicofísica de sus integrantes y las formas de su inter- relacionamiento social.

Ningún legislador se puede olvidar de que las leyes que elabora, para que sean eficaces, deben adecuarse a las maneras de ser de ese pueblo.

La democracia esbozada en el siglo diez y ocho ha desaparecido como realidad porque la sociedad de entonces ya no existe.

La calidad de ser elector o elegible, por ejemplo, ha dejado de estar legalmente predeterminado por el ser o no propietario de determinado capital, o por el sexo de cada persona, o por ser o no ilustrado.

Elo no obstante, el desarrollo del capitalismo ha impedido que la democracia llegara a convertirse en la realidad a que aspiraban al menos, algunos de aquellos revolucionarios de entonces, y alimentó las esperanzas de los sectores postergados.

Los avances obtenidos en la lucha por la libertad y la igualdad han quedado desvirtuados por las nuevas trabas elaboradas por los sectores dominantes.

Tal vez, en nuestra época, la democracia ha dejado de ser un ideal, para transformarse en una utopía.

En todo caso es una forma de gobierno que brilla por su ausencia, circunstancia que, la ciudadanía, mayoritariamente parece no advertir, y si lo advierte, su reclamo no llega a percibirse.

¿Están los pueblos resignados a continuar viviendo en este tipo de sociedad?

Creemos que, en determinado momento, cuando las circunstancias lo reclamen y lo posibiliten, los pueblos reiniciarán el camino más adecuado para transformar esta realidad tan irracional, provocada por el desarrollo del capitalismo, por un modo de vida más inteligente, más justo, más racional, más fraterno y, en consecuencia, menos conflictivo que este en que nos ha tocado vivir.

La democracia, es decir, el inicio y prosecución ininterrumpida de un proceso realmente democratizador de la sociedad, sólo será realidad, cuando se haga carne en la mayoría de los integrantes de la humanidad, la necesidad imperiosa de comenzar a dar fin al modelo productivo-económico capitalista, sustituyéndolo por otro, lo suficientemente racional e inteligente, como para propiciar y sostener una estructura social armónica, fraterna, solidaria, justa.

El capitalismo no es funcional a la democracia, por ello, el sufragio universal no ha alcanzado a ser una garantía eficaz contra la posibilidad de que un grupo de hombres termine dominando y explotando al resto de sus congéneres, posibilidad que, en una sociedad capitalista se convierte siempre en una realidad inevitable.

Inocencio de los llanos de Rochsaltam.

La democracia no ha fracasado


La democracia es una forma de gobierno ideada para que el Estado cumpla las funciones que la sociedad le encomienda, en atención a una finalidad moral: la defensa de la vida, de la libertad, de la igualdad, de la justicia, de la propiedad y de la seguridad.

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Nunca fue pensada para la atención prioritaria de las necesidades del incremento de la producción, ni del crecimiento de la economía, ni de la acumulación de capital, ni del aumento de la riqueza individual.

No hay evidencia real alguna que demuestre que, el incremento de la producción, el crecimiento de la economía, la acumulación de capital o el aumento de la riqueza individual, promueva, de por sí, el integral desarrollo humano del total de los componentes de una sociedad

En cambio, el desarrollo integral humano del total de los componentes de una sociedad, inevitablemente provoca el acrecentamiento del potencial de posibilidades capaces de promover el incremento racional y sustentable de la producción y el crecimiento de una economía sana, capaces ellos sí de proveer el aumento de una riqueza material colectiva que, sabiamente administrada, resulta provechosa para cada uno de los miembros del colectivo.

La utilidad práctica de la democracia, no está evaluada en relación a leyes de la economía, sino que, ella deriva del hecho de que dota a la sociedad civil - cualquiera sea el grado de crecimiento económico de un país - de un mecanismo político que, sin necesidad del empleo de la violencia, es capaz de ajustar pacíficamente el régimen vigente, a lo que la mayoría de los ciudadanos desean, pero sin causar daño en quienes piensan distinto.

La justa distribución de la riqueza nacional no depende del menor o mayor poderío económico de un país sino del grado de desarrollo de la conciencia moral del conjunto de sus habitantes, es decir, de la sensibilidad del conjunto de la población frente a los temas de las injusticias sociales.

Por supuesto que un país de gran crecimiento económico está, en teoría, en condiciones mejores de satisfacer una mejor calidad de vida a todos sus habitantes, pero el que lo haga o no depende - aparte de la responsabilidad de los gobernantes – del desarrollo y ejercicio del sentimiento de solidaridad hacia con el prójimo.

La democracia es el instrumento ideado, precisamente, para eliminar las arbitrariedades, abusos e injusticias que se habían acumulado durante el feudalismo, especialmente cuando el agotamiento del sistema económico había engendrado el fenómeno del absolutismo monárquico.

El análisis de la historia de nuestros países hispanoamericanos muestra que, todos ellos, aparecen como atravesados por un mismo fenómeno económico y social que se inicia a partir de la obtención de la independencia política de la Corona de España y que, al menos en nuestro país (la República Oriental del Uruguay) se ha mantenido, sin lapso de interrupción, durante los primeros sesenta años y los últimos ochenta años de su vida de independencia política.

Ese fenómeno, está constituido por el continuado y creciente traspaso de la riqueza colectiva a manos de una minoría social (cada vez menos numerosa), que fue haciéndose de una creciente acumulación y concentración del capital, por obra y gracia del comportamiento de políticos y gobernantes que han estado sometidos a los dictados de las oligarquías partidarias que se apoderaron de la dirección de las organizaciones políticas nacionales, por lo que, de allí en más, el funcionamiento de éstos está totalmente reñido con los principios y la filosofía democrática.

Del siglo dieciocho en adelante, la flamante y débil democracia se fue transformando en una paulatina y cada vez más poderosa elitocracia.

El fenómeno económico-social, al que nos referimos al inicio de esta reflexión, ha resultado ser un flagelo incoado generalizadamente en aquellos países a los que actualmente se les designa como periféricos, es decir, aquellos países que han sido saqueados desde el exterior, posibilitando la suficiente acumulación de la riqueza capaz de proporcionar el capital necesario para lograr el crecimiento económico acelerado que caracterizó el surgimiento de los países centrales, lo que sólo fue posible con la complicidad, cuando no con la ayuda directa, de unas burguesías nacionales que prefirieron aliar su suerte al del país dominante, antes que favorecer el crecimiento económico autónomo de su propio país

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En todos estos países periféricos, a los que, a veces todavía se los cataloga como “en vías de desarrollo” - la continuación del despojo de sus riquezas, el despilfarro de sus recursos naturales, el deterioro de su medio ambiente y el acelerado acrecentamiento de su endeudamiento externo, como consecuencia de procesos productivo- económicos dirigidos a satisfacer prioritariamente las demandas externas antes que las necesidades del propio crecimiento de sus economías nacionales – la democracia aparece como un sistema de gobierno, incapaz no sólo de garantizar el crecimiento económico nacional y el desarrollo humano de su población, sino que, también ha resultado ineficaz para preservar el derecho a la vida, a la libertad, a la igualdad, a la propiedad, a la justicia y a la seguridad de la mayoría de los ciudadanos, a la vez que se la observa como permitiendo, cuando no facilitando, la estructuración de sociedades fragmentadas, porque, la marginalidad cultural, social, política y económica, en vez de haber decrecido progresivamente, se ha ido incrementado exponencialmente, tanto en cantidad como en calidad.

No obstante, ello no es sino una apreciación equívoca; la aparente ineficacia de la democracia, no es tal.

El problema no ha sido que la democracia haya resultado inapropiada para los fines para los cuales fue ideada, sino que, en realidad, ella ha estado ausente.

La democracia no ha fracasado sino que, lo que realmente ha sucedido es que, ella ha sido progresivamente degradada, asfixiada y anulada, como consecuencia del desarrollo y fortalecimiento del capitalismo, como sistema productivo-económico dominante.

Nuestros países, una vez obtenida su independencia, pasaron, en menos de treinta años, del sistema de producción feudal que había introducido España en su Reino de Indias, al sistema d producción capitalista industrial que ya se había desarrollado en Inglaterra.

Capitalismo y democracia han resultado ser total y absolutamente inconciliables, porque la filosofía y el objetivo del uno están en las antípodas de la otra.

Fue la burguesía (la inglesa primero y la francesa después), quien a partir del siglo XVII, enarboló la bandera de la democracia, para: combatir el absolutismo monárquico, anular los privilegios de la nobleza y de la Iglesia, y acceder al poder político.

Pero, una vez logrados estos objetivos y habiendo accedido rápidamente a una posición de dominancia económica, social y política, la burguesía adoptó, primero una clara posición conservadora y finalmente, con relación al proceso democratizador de la sociedad, una posición contrarrevolucionaria.

Han sido las ambiciones económicas y políticas de los hombres que integran las minorías elitistas que realmente nos gobiernan y, la ignorancia creciente a que han sido sumidos estos pueblos – reducidos a condición de masa y, por lo tanto, imposibilitados de poder participar e influir directamente en la toma de decisiones gubernamentales trascendentales para la nación- los responsables de la instalación de la compleja situación socio-económica que actualmente predomina en nuestros países.

Las mejores instituciones quedan privadas de sus virtudes, cuando ellas caen en poder de hombres dominados por la ambición, la codicia, la avaricia, la envidia y/o el egoísmo.

Ello es lo que, en definitiva, en nuestro modesto entender, ha sucedido.

La democracia no puede florecer allí donde reina el capitalismo.

¿Por qué? Porque el espíritu auténtico de la democracia está en las antípodas de la filosofía en que se fundamenta el capitalismo.

El que la burguesía la haya utilizado como bandera ideológica primero, y luego la halla desnaturalizado para convertirla en instrumento de dominio, es otro tema.

Pero, la democracia, como modelo ideal de gobierno, para nada ha fracasado.

Las arbitrariedades, los abusos y las injusticias presentes, son el resultado natural del desarrollo del modelo capitalista de producción.

El capitalismo siempre será un obstáculo insalvable para la democratización integral de nuestras sociedades.

Éste, cuanto más desarrollado, más sutiles medios emplea para encubrir la falta de democracia.

Inocencio de los llanos de Rochsaltam.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

Las tres facetas de la democracia.











Lamentablemente, la democracia es un término que se suele utilizar para referirse a tres cuestiones totalmente disímiles, aunque todas ellas están claramente relacionadas entre sí:

- la democracia, como modelo o sistema de gobierno;

- la democracia, como ideología elaboradora de los valores y argumentos que, tanto desde el aspecto ético como el de la utilidad, legitiman tal forma de gobierno;

- la democracia, como sociedad en la cual se cumplen, cabal e íntegramente, los requisitos inherentes al modelo de gobierno, previamente definido como democrático, en el marco del análisis y estudio de las teorías políticas.

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Nuestra conclusión de que, en la realidad actual no existen sociedades regidas por gobiernos democráticos, parte del hecho de haber contrastado, las realidades de diferentes sociedades autodefinidas como democráticas con la teoría de la democracia, habiendo definida a éste, previamente, como ese régimen, o sistema de gobierno donde, el poder de gobernar, es detentado y ejercido por y para el pueblo.

Y, desde el punto de vista de nuestra fundamentación, partimos de la premisa de que la legitimidad democrática de un gobierno está dada en dos planos, diferentes y complementarios a la vez, que funcionan como su basamento.

Ellos son: por un lado, la legitimidad primaria, proveniente de las formas legales establecidas para designar a los gobernantes, y, por otra parte, la legitimidad consolidante, emanada de la forma y los objetivos con que se concreta la acción de los gobernantes.

Dicho de otra forma, un gobierno goza de legitimidad democrática, no sólo por la forma en que es electo, sino, también, obligadamente, por la manera en que desarrolla su labor y por los resultados de su actuación.

Así que, por más que los logros de un gobierno señalen que su actuación está clara y contundentemente orientados hacia el logro del bienestar general de la población (acción legitimadora consolidante), si tales gobernantes no han sido designados de acuerdo a las normas legales que estaban previamente establecidas por el pueblo (legitimidad primigenia), aunque hayan luego funcionado respetando los institutos jurídicos vigentes en el momento de su apoderamiento del gobierno, la buena administración lograda, no alcanza para que dicho gobierno amerite ser calificado como democrático.

La probidad de los hombres es muy veleidosa como para confiar en la perpetuidad de la honestidad de aquel que, para ser gobernante, eludió someterse al cumplimiento de aquellas normas que el pueblo, en forma soberana, había preestablecido para ello.

De igual forma, aquel gobierno que ha sido libremente electo por el pueblo y, de acuerdo con las normas jurídicas que el mismo pueblo había establecido con anterioridad, si, en vez de gobernar para el bien del conjunto de la población, actúa para beneficiar a determinadas minorías, otorgando o consolidando privilegios creadores o acrecentadores de desigualdades jurídicas, culturales, económicas, sociales y/o políticas, provocando o incrementando injusticias, y afectando negativamente a la mayoría de la población, por más que lo haya hecho respetando las normas constitucionales democráticamente establecidas, automáticamente anula toda legitimidad anterior, puesto que, en democracia, cualquier ley desencadenante de injusticias, arbitrariedades y/o privilegios, resultan ilegítimas y descalifican a sus autores.

También pierde legitimidad democrática aquel gobierno que, para concretar sus propósitos, por buenos que ellos puedan parecer, vulneran la letra o el espíritu de las leyes soberanamente establecidas por los pueblos.

Consideramos un error mayúsculo la posición, actualmente predominante al nivel académico, que define como democrático a un gobierno, atendiendo exclusivamente al respeto de un protocolo electoral, donde, además, el término de elecciones libres, entraña una excesiva generalidad en cuanto a, desde el punto de vista de la ideología democrática, qué condiciones son específicamente necesarias, para que los actos eleccionarios puedan ser considerados dotados del marco de libertad e igualdad de oportunidades que, realmente habilita la libre y responsable emisión del voto para designar a los gobernantes.

Aceptar tal definición de democracia implica, en materia de doctrina política, retrotraernos a los criterios dominantes a la época en que el régimen feudal y/o el monárquico, negaban toda posibilidad de que el gobernado pudiera reclamar y accionar ante el gobernante, a los efectos de poder impedir que éste haga uso de su poder en perjuicio del bienestar común.

La posición a que actualmente tiende la academia, es ética y doctrinariamente claudicante, puesto que ella está totalmente acomodada a los privilegios arbitrarios de que goza la elitocracia que nos gobierna y, tal modificación se produce a posteriori de que esos mismos académicos han comprobado, fehacientemente, que, a lo sumo, los gobiernos que se autoproclaman como democráticos, en el mejor de los casos, sólo llegan a cumplir con unos requisitos electorales escasamente definidos.

La academia de ciencias políticas, en lugar de denunciar la ausencia de democracia, incurre en el horror –desde el punto de vista científico – de redefinir el concepto de democracia, al sólo efecto de que ésta se limite a coincidir con la actual realidad. De esta forma evita concluir que la práctica no se corresponde con los postulados previamente establecidos por la teoría de la democracia. En parte ello es comprensible, pues, en definitiva, el círculo universitario, no escapa a los tentáculos de las elitocracias.

Es la más completa involución de los términos en que, desde el punto de vista de la lógica del conocimiento, debe plantearse el análisis de la realidad política en que vivimos, puesto que, en vez de declarar que tales gobiernos no cumplen con los requisitos que exige la teoría de la democracia, redefine a ésta, menoscabando sus principios originales.

El concepto de democracia fue definido por los teóricos durante el siglo XVIII y, en ciertos aspectos, perfeccionado en el XIX y principios del XX, entendiéndosela como el sistema de gobierno en que el poder soberano es ejercido por y para el pueblo, y, donde cuando se habla de pueblo, éste designa al conjunto integral de todos los habitantes de un país.

Si la experiencia ha demostrado que los gobiernos, en concreto, no han gobernado para el bienestar y la felicidad de todos quienes integran el colectivo que los designó, lo que corresponde no es redefinir el concepto teórico de la democracia, sino lisa y llanamente establecer, sin tapujos, sin medias tintas, que, en definitiva, la democracia, tal como fue concebida, no es practicada por dichos gobierno.

Al realizarse una redefinición que menoscaba la esencia original de la teoría anterior, la academia colabora en el ocultamiento de la verdad en que vivimos, evitándose condenar el dominio que un sector socio-económico-cultural, cuantitativamente casi insignificante, ejerce sobre la inmensa mayoría de la población. Así se pretende ocultar el hecho de que, en realidad, vivimos bajo la dictadura de una elitocracia, en vez de vivir en democracia.

A nuestro llano entender, la democracia no admite la coexistencia de opresores y oprimidos y/o de dominadores y dominados.

Y, la realidad económica, social, cultural y política actual, tanto al nivel nacional como al internacional, es decir, ante el hecho de que prácticamente todas las sociedades actuales están fracturadas, nuestra vista, nuestro oído, nuestro olfato, nuestro gusto y, además, nuestra propia mente, nos demuestran la total imposibilidad de que dichas sociedades estén regidas por gobiernos realmente democráticos; si, en todo caso, ellos lograron alcanzar la legitimidad primigenia, carecen de la legitimidad consolidante, sin la cual, aquélla otra caduca instantemente.

Una comunidad gobernada democráticamente, puede presentar y presentará siempre algunas diferencias sociales menores, pero no las contradicciones antagónicas que existen en la actualidad, porque ellas han excluido a una parte importante de la sociedad, cuando no a la mayoría, de sus derechos naturales e inalienables, por lo que, resulta paradójico que después, quienes los excluyen de sus derechos, o han permanecido indiferentes ante tal arbitrariedad, les exijan el cumplimiento de sus deberes, más aún, cuando los gobernantes muy raramente cumplen con los suyos.

Las actuales realidades socio-económico-culturales, a nosotros nos demuestran la ausencia de autoridades que efectivamente gobiernen para mejorar las condiciones de vida de aquellos sectores que viven condenados a ser dominados, y que constituyen, además, desde el punto de vista de la cantidad de seres humanos afectados negativamente, núcleos sustantivos de estas sociedades, cada vez más fragmentadas por la postmodernidad.

Hermano cibernauta, no debes aceptar como verdad nuestras conclusiones. A ti te corresponde analizar detalladamente y reflexionar profundamente, sobre las opiniones que hemos emitido.

Tu adhesión a la causa de la democracia es precisamente la que te obliga a juzgar en el uso de tu propia voluntad y entendimiento. También nuestra opinión debe ser puesta bajo la lupa de una racionalidad sana.

Inocencio de los llanos de Rochsaltam.