ARTIGAS EN EL PARAGUAY-

"...
y hasta las piedras saben
adónde va ...
Poema "A don José"
del maestro Ruben Lena.
Los historiadores uruguayos, no.
Los escritores de la historia nacional de nuestro país, casi por unanimidad, se han inclinado a presentar a José Artigas, Jefe del movimiento insurreccional iniciado en la Banda Oriental del Río de la Plata en febrero de 1811, como alguien que, sintiéndose implacablemente perseguido y completamente derrotado, hubiera decidido buscar un voluntario exilio definitivo en otro país, y que fue con esa finalidad, y no con ninguna otra que, en setiembre de 1820, se internó en territorio paraguayo, acompañado de unos cien fieles guerreros, en su mayoría indígenas.
A nuestro modesto entender, sin ser un historiador, sino, siendo simplemente un apasionado por la historia, y, en especial, por la historia nacional, ante la evidencia de que, al respecto no existen datos concretos, sino, una muy subjetiva interpretación de determinados hechos históricos, hemos llegado a la conclusión de que, José Artigas, Jefe de los Orientales y Protector de los Pueblos Libres, lejos de haberse internado en territorio paraguayo porque las deserciones, las traiciones, las derrotas militares, y la anarquía que comenzaba a instalarse en algunos sectores del “pueblo en armas” que lo acompañaba lo hicieran sentirse definitivamente vencido, sino que, en realidad, su ingreso al Paraguay se realizó para, contando con fuerzas adicionales y un mayor pertrechamiento bélico, poder reiniciar la lucha para desalojar a los portugueses, tanto del territorio de la Banda Oriental como de la parte que ya habían ocupado en territorio paraguayo, para luego, contando con el apoyo de otras provincias, proseguir la lucha en pro de la absoluta independencia de España y, la fundación de una república federada que uniera a todas las provincias que habían integrado el Virreinato del Río de la Plata, según el modelo ideado por los independentistas norteamericanos.
Sólo quienes no se han compenetrado con la personalidad de nuestro héroe, o quienes obran de muy mala fe, pueden llegar a pensar que él dejaba a sus paisanos “en la estacada”, abandonando él, la lucha que había sido decidida por el pueblo oriental. De acuerdo a todos sus antecedentes, esa decisión la hubiera sometido, indefectiblemente, al juicio de una soberana asamblea popular y, ello, no ocurrió.
La firmeza tanto de sus convicciones como de su carácter, motivadora de que algún analista de su epopeya se haya referido a él, atribuyéndole poseer una “sublime terquedad” capaz de provocarle fatales errores políticos, impiden hacerse a la idea de que Artigas pudiera abandonar al pueblo que le fue siempre fiel, a la suerte de un dominio extranjero.
Es irracional pensar que quien tuvo el coraje de enfrentar simultáneamente a los ejércitos de España, Portugal y el gobierno de Buenos Aires, se dejara amilanar y huyera, ante las fuerzas que, circunstancialmente lideró Francisco Ramírez, durante un par de años.
Su propio existir en Paraguay nos habla no de una persona abatida, sino todo lo contrario: un ser entero, intacto tanto en su sensibilidad ante las necesidades de los más pobres como en su manera de ser y de concebir la hermandad americana hasta el último día de su vida.
Artigas no ingresó al Paraguay en el ocaso de su combatividad, sino en la plenitud de él, buscando que el Paraguay, libre de la dictadura del Dr. Francia, se reintegrase al conjunto de las Provincias que habían formado el Virreinato del Río de la Plata, para formar unidas, una república federal.
Su intención era proseguir la lucha contra el traidor Ramírez, contra el invasor portugués y, contra el autoritario centralismo practicado por el gobierno porteño. Demasiado menguado de pertrechos armados y, circunstancialmente disminuido el conjunto de soldados que le acompañaban, confiaba en los recursos que Yedros y sus amigos paraguayos le iban a proporcionar, una vez que hubieran sustituido a Francia en el gobierno del Paraguay.
Su plan era: primero,derrotar a Francisco Ramírez, aquel protegido suyo que lo había traicionado para ganarse la ayuda del gobierno de Buenos Aires; reinstalar entonces un ampliado Protectorado de Pueblos Libres que albergarse fuera de Buenos Aires, una Asamblea Nacional Constituyente, donde fueran mayoría genuinos representantes de todas las provincias que habían formado el Virreinato del Río de la Plata; expulsar luego, definitivamente, al invasor portugués, tanto del territorio de la Banda Oriental, como del de Paraguay; y finalmente, anulada toda ingerencia extranjera constituir, en la unidad del total de dichas Provincias, un único Estado soberano (libre de todo poder europeo), republicano, democrático y federal.
Si no hubiera sido su intención, reponerse de las fatigas, liberar los orientales presos en Brasil, y obtener nuevos auxilios para proseguir la lucha ya empeñada, no le hubiera ordenado a su mejor oficial, Andrés Latorre, que aguardase su retorno en la provincia de Santa Fe, cosa que éste cumplió fielmente durante varios años.
Artigas podía ir al Paraguay porque, pese a la enemistad que lo separaba del dictador Francia, él allí tenía numerosos compañeros de ideas y, además, estaba muy bien conceptuado a nivel popular. Ya en el año 1819, es decir, previo a su llegada, ya habían sido apresados en Asunción cantores populares que entonaban coplas de elogio a su persona.
Artigas fue un personaje bien conocido y muy bien conceptuado fuera de fronteras, al extremo de que, Miguel de Unamuno llegó a expresar con respecto a su posible voluntario ostracismo, que: “Artigas no era un carácter para exilarse en ningún momento ni mucho menos para aceptar voluntariamente la hospitalidad vitalicia de un déspota como Francia.” Resulta extraño y muy llamativo, el cómo los historiadores uruguayos se empeñan, oficial y mayoritariamente, en presentarlo como un vencido fugitivo, en tanto que en Paraguay, los nativos le otorgaron un título honorífico sólo otorgado, en aquella época, a Francia y a Solano López, sus héroes nacionales.
A esa altura de los acontecimientos, como resultado de las intrigas tejidas en el entorno de ambas personalidades por los agentes británicos, ambos terminaron desconfiando de las reales intenciones que animaban al otro.
Artigas desconfiaba de que Francia hubiera resuelto no enviarle auxilios en su defensa del suelo oriental porque en secreto se estaba entendiendo con Buenos Aires, y Francia desconfiaba de que Artigas, obedeciendo a Buenos Aires, invadiera el Paraguay. Ambas cosas fueron inventos de agentes británicos, cuya intención era, precisamente, apoyar al gobierno de Buenos Aires del que, casualmente, ambos desconfiaban por igual y eso sí, con toda razón.
Pero también los separaban a ambos, cuestiones fundamentales en materia política.
Francia había renegado de su inicial federalismo, propiciando un sistema de gobierno autoritario sobre la base de una “República de los naturales”, asentada sobre el modelo de comunidad agraria heredado de los jesuitas, y entendió que, para defenderse de los peligros avizorados del exterior (Portugal y Buenos Aires), lo más conveniente era encerrarse en sus fronteras, aislándose del acontecer de fuera de ellas. Por ese motivo fue que Francia se mostró indiferente al devenir de la lucha entre el gobierno de Buenos Aires y el de las otras provincias que estaban bajo la protección de Artigas, y también se negó a unir fuerzas para enfrentar al invasor portugués.
Tal posición chocaba abiertamente con el sistema republicano democrático, integracionista y federal ideado por Artigas, donde la legitimidad de la autoridad del gobernante se asentaba, única y exclusivamente, en la soberana y libre decisión de los pueblos, manifestada a través de los cabildos y de las asambleas populares.
En esta discrepancia conceptual tenía asiento el apoyo de Artigas a los opositores a Francia.
Quien señaló principios, ideales, derechos y normas que aún no han sido llevados a la práctica, quien fue el precursor de las instituciones realmente democráticas en la América del Sur logrando la mejor armonización, en un mismo proyecto, de una selección de las mejores ideas aportadas por los intelectuales occidentales durante el siglo XVIII, era imposible que llegara a conciliar con un personaje tan autoritario como Francia, el dictador eterno.
Artigas viajó entonces a Asunción, el 5 de setiembre de 1820, ignorando que, casi en esa misma fecha, la programación de un complot dirigido a derrocar a Francia, había
sido descubierto a causa de la delación efectuada por un cura que violó el secreto de la confesión. Como consecuencia de esta delación, tanto su amigo Yedros, como Cavallero, Cabañas, Montiel y otros líderes del movimiento contra el dictador, ya habían sido arrestados. En julio de 1821, varios de ellos, incluido Yedros, fueron fusilados por orden de Francia.
El fracaso del intento del derrocamiento de Francia, para instalar en Asunción un gobierno paraguayo democrático, y el posterior fusilamiento de sus mejores amigos en Asunción, postergó indefinidamente el programado regreso, incluso una vez finalizada la Cruzada Libertadora que encabezara Juan Antonio Lavalleja, la que epilogó, como es sabido y debido a la presión ejercida porla diplomacia británica, con la impensada creación - sobre una porción del antiguo territorio de la Banda Oriental, con cabeza política en Montevideo - de un estado unitario, políticamente separado del resto de las Provincias Unidas del Río de la Plata, cosa a la que Artigas siempre se había opuesto, empecinadamente.
Quedaba así definitivamente enterrado, por imposición de Inglaterra y por la defección de unos pocos pero muy malos americanos (incluidos varios “copetudos” orientales que siempre habían sido sus enemigos declarados y, unos pocos de los que inicialmente lo habían acompañado), todo cuanto el Jefe de los Orientales y Protector de los Pueblos Libres había soñado, todo por lo cual él tanto había combatido.
Estos hechos, y no otros, fueron los que convirtieron su refugio transitorio, en un exilio definitivo.
Tal vez, con un gobierno oriental de libres y con una Banda Oriental unida en alianza federativa con las demás provincias, a pesar de su derrota militar, hubiera regresado para disfrutar, junto a los suyos, de una realidad prometedora porque, en definitiva, al menos hubieran triunfado sus ideales políticos.
Pero, retornar, habiendo sido derrotado en todos los planos y a un tipo de país que siempre había rechazado y, donde gobernaban realmente aquellos que siempre estuvieron en contra suyo, nunca entró en sus planes.
Por eso tuvo la suficiente dignidad como para poder rechazar las escasas invitaciones que le fueron hechas para regresar a tierra oriental, prefiriendo quedarse en aquella adoptiva patria paraguaya, convirtiéndose en padre de los más pobres, con cuya suerte aquí y allá, estuvo siempre consubstanciado.
Su defensa de los más infelices, y su revolucionario proyecto social, fue algo que el patriciado montevideano jamás le perdonó a aquel insigne hijo de familia patricia.
Por eso, su persona y su lucha fueron ignorados hasta fines del siglo XIX, cuando - necesitando un elemento nucleador que pudiera unir a las dos partes políticas en que quedó dividido el injerto de la novel República Oriental de Uruguay - la elite intelectual montevideana recurrió a su figura para convertirla en el héroe nacional de un país que jamás quiso y cuyos gobernantes jamás se afanaron por dar cumplimiento a su ideario.
Su figura e incluso parte de su ideario es usado, pero sólo con fines proselitistas, y por parte de quienes, realmente, nunca han pensado en cumplir su ideario.
En resumen, José Artigas, cuando en 1820 decidió internarse en el Paraguay no fue para cobijarse a la sombra del dictador Francia en el Paraguay, sino al solo y exclusivo efecto de encontrar la ayuda que necesitaba para poder reiniciar la lucha contra sus enemigos: los imperios europeos, los hombres del gobierno porteño y “Pancho” Ramírez, en el círculo de sus amigos paraguayos, decididos demócratas y, por lo tanto, firmes opositores a quien en ese momento, precisamente, ejercía un férreo despotismo sobre el suelo paraguayo
Es por esta su conocida relación con Yedros, líder del grupo demócrata, que Artigas, inmediatamente de arribado a Asunción, es encarcelado en un convento, y, si también no fue fusilado allí, fue porque era una figura demasiado importante y, por lo tanto, más valiosa viva, que muerta.
Finalmente, recalcamos que, José Artigas - desde el punto de vista de la realidad de los hechos históricos analizados en su debido contexto, nada tuvo que ver con la conversión de la Provincia Oriental - en un estado nacional independiente, separado del resto de las Provincias Unidas que conformaron el Virreinato del Río de la Plata.
En todas las oportunidades que le fue planteada tal alternativa él la rechazó con total firmeza y contundente argumentación.
La creación del actual estado uruguayo, responde a una imposición de la diplomacia británica, aceptada por otros actores, brasileños, porteños y orientales y, tal hecho constituye una fragante traición a las ideas y a la lucha del Jeje de los Orientales y Protector de los Pueblos Libres.
Finalmente sus ideas, al menos parcialmente, terminaron triunfando, pero, ello aconteció, en la forja de la nación argentina.
Inocencio de los llanos de Rochaltam.
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